A lo largo del Cretácico inferior, la apertura del Océano Atlántico se propagó hacia el norte produciendo la definitiva separación de la Placa Norteamericana de la Ibérica y la Europea. A finales del Cretácico inferior, hace 100 Ma, la Placa Ibérica se encontraba completamente individualizada de las placas circundantes, limitada por grandes zonas de falla de salto en dirección (figura 8). El lÃmite septentrional se situaba en el surco pirenaico, donde la separación de Iberia y Europa habÃa provocado la apertura del Golfo de Vizcaya y, hacia el este, la formación de muchas cuencas estrechas relativamente profundas y conectadas entre sà las cuales se extendÃan hacia las áreas orientales de la actual zona pirenaica.
La separación entre Iberia y Europa a lo largo de esta zona fue mayor en el oeste que en el este, lo cual añadió un movimiento de rotación, en sentido contrario al de las agujas del reloj, al desplazamiento de la Placa Ibérica. Al sur, el borde de la Placa Ibérica era la actual falla de las Azores - Gibraltar. Al este, otra zona de falla conectaba la de Azores - Gibraltar con la zona alpina. La expansión de la Dorsal Centroatlántica habÃa situado Iberia a unos 800 km al este de Terranova.
La superficie emergida de la Placa Ibérica habÃa aumentado considerablemente desde el Jurásico superior e incluÃa gran parte del Macizo Ibérico. En las zonas donde habÃan emergido las antiguas plataformas carbonatadas jurásicas se desarrollaban sistemas de cavernas y dolinas bajo un clima tropical que favorecÃa la formación de suelos bauxÃticos y laterÃticos. En las costas que se abrÃan al Océano de Tetis y al Golfo de Vizcaya se desarrollaban grandes aparatos deltaicos con extensas zonas de marismas, las cuales alojaban una gran diversidad faunÃstica y florÃstica. En las plataformas continentales, fuera del alcance de la influencia deltaica, se depositaban carbonatos y se desarrollaban barreras de arrecifes de rudistas y bajÃos de arena, muchos de estos últimos formados por la acumulación de los esqueletos de unos foraminÃferos caracterÃsticos de esta época, las orbitolinas. En los surcos marinos más profundos, situados a las zonas septentrional y occidental del área pirenaica y del Golfo de Vizcaya, se depositaban sedimentos clásticos que eran transportados por corrientes de turbidez desde los frentes de los deltas. En aquellos océanos proliferaron los ammonites.
Hacia la mitad del Cretácico superior, alrededor de 85 Ma atrás, la Placa Africana inició un movimiento de rotación en sentido antihorario en relación a la Placa Europea, a la vez que se desplazaba hacia el norte. Esto provocó el progresivo cierre de una parte del Océano de Tetis (figura 9).
La Placa Ibérica, situada entre la Placa Africana y la Placa Europea, se vio empujada hacia el norte, iniciándose la convergencia con la Placa Europea y la consecuente deformación de los bordes contiguos de ambas placas. En el área pirenaica, la deformación se propagó desde las zonas orientales hacia las occidentales, en un proceso que culminarÃa, al cabo de 50 millones de años, con la formación de los Pirineos y de las cadenas alpinas del interior de la penÃnsula.
En aquellos tiempos, el área emergida del Macizo Ibérico habÃa alcanzado una superficie próxima a la de la actual PenÃnsula Ibérica. En las desembocaduras de los grandes rÃos se formaban aparatos deltaicos, y en las áreas de la plataforma continental que quedaban fuera del alcance de las zonas de influencia deltaica se depositaban carbonatos y margas y se desarrollaban arrecifes de rudistas y corales. La deformación que sufrÃa el borde septentrional de la Placa Ibérica provocaba frecuentes situaciones de inestabilidad en los sedimentos que se depositaban en la plataforma continental. Una parte de aquellos sedimentos eran transportados mediante corrientes de turbidez y coladas de barro submarinas hasta los fondos marinos profundos del surco pirenaico.