A mediados del Eoceno, hace unos 47 Ma, los Pirineos eran un rosario de islas alineadas en dirección este-oeste, que emergÃan entre las aguas que cubrÃan las cuencas de antepaÃs de Aquitania, al norte, y del Ebro, al sur. A la sazón, la Cuenca del Ebro era una extensa bahÃa que se abrÃa al Atlántico por el Golfo de Vizcaya y limitaba al este con los relieves de la Cadena Costera Catalana, de forma que quedaba desconectada del Océano de Tetis. Flanqueando la Cuenca del Ebro se desarrollaba una plataforma marina detrÃtica donde crecÃan algunos arrecifes, a la vez que en las desembocaduras de los rÃos que drenaban la Cadena Costera Catalana se formaban abanicos aluviales costeros y deltas, los restos de los cuales son las montañas de Montserrat y Sant Llorenç del Munt. El clima, la circulación de las aguas y el resto de condicionantes paleoambientales, favorecieron que aquellas plataformas fueran colonizadas por foraminÃferos de vida bentónica tÃpicos del Eoceno medio, los nummulites.Â
Lentamente, la Cuenca del Ebro se iba rellenando de sedimentos. Hacia el fin del Eoceno, hace unos 37 Ma, habÃa pasado de estar conectada con el mar abierto por el Golfo de Vizcaya a un régimen prácticamente endorreico que favorecÃa la evaporación (figura 11). Esto determinó que en las áreas centrales de la cuenca se depositaran grandes cantidades de sales, mientras que, en zonas muy localizadas de los bordes, todavÃa se formaban pequeñas construcciones de arrecifes coralinos.
Al mismo tiempo, las estructuras tectónicas que se formaban como consecuencia de la colisión entre Iberia y Europa proseguÃan extendiéndose hacia el interior de la Cuenca del Ebro involucrando sedimentos cada vez más recientes. Esto provocaba, a su vez, que el espacio ocupado por la Cuenca del Ebro fuera progresivamente más pequeño y también que el área emergida de las cadenas de montañas en formación fuera cada vez más extensa (figura 12) y, como consecuencia, que aumentara el volumen de materiales disponibles para ser erosionados y transportados hacia la cuenca de antepaÃs.
A principios del Oligoceno, hace 33 Ma aproximadamente, la Cuenca del Ebro, aislada del Golfo de Vizcaya y de Tetis, era una depresión sometida a un régimen continental endorreico, la cual recibÃa las aportaciones de los rÃos y torrentes que drenaban las áreas del norte y del sur, elevadas topográficamente por causas tectónicas. Al llegar a la llanura, aquellos rÃos y torrentes depositaban sus aluviones, consistentes en enormes cantidades de gravas, arenas y arcillas, en forma de conjuntos de abanicos y de llanuras aluviales por las cuales serpenteaban algunos rÃos de lechos trenzados. En las zonas centrales de la cuenca, relativamente alejadas de los frentes de las cadenas de montañas, se desarrollaban zonas encharcadas y áreas lacustres donde se depositaban margas, carbonatos, yesos y, a veces, también turbas. Es en estos depósitos donde se encuentran los restos de pequeños roedores, indicativos de la radiación de los mamÃferos. En las desembocaduras de los cursos de agua que llegaban a aquellos lagos se formaban pequeños deltas. Probablemente, el paisaje de las zonas centrales de la actual parte catalana de la Cuenca del Ebro debÃa recordar, en algunos aspectos, el de la sabana africana actual: lagos poco profundos rodeados de vegetación y áreas temporalmente encharcadas.